Comúnmente solemos decir » Yo le creo a Dios», pero en la práctica, en el diario vivir, cuando nos toca asumir situaciones adversas, cuando estamos frente a una tormenta, cuando nos hallamos en medio de la espera,optamos por aferrarnos a nuestras posibilidades. Actuamos basados en el impulso de nuestro corazón, nos dejamos llevar por la corriente, nos dejamos presionar y amedrentar por lo que la gente nos dice.

Debemos tener el coraje, las agallas y la valentía de creerle a Dios. Aunque no veamos nada, aunque el día se torne oscuro, pese a estar en el valle de la aflcción, o estemos en medio de una terrible desesperación, debemos creer en lo que Dios nos ha dicho, en las promesas de nuestro padre celestial. Si Dios habló no hay que buscar segundas opiniones. Si Dios nos habló no hay que andar con rodeos, simplemente hay que creerle y caminar guiado por su voluntad. Ahora bien, en lo que sí debemos estar seguros es si fue Dios quien nos habló. Porque muchas veces nos dejamos llevar por los caprichos y las emociones del corazón.