Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos, dijo Jehová.
Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos,
y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55:8-9)

«Dios puede cambiar sus planes para tu vida en cualquier momento,
si decide que el propósito de tu vida debe ser protegido». — Shannon L. Alder

Hace unos años, mientras hacía ejercicios físicos en una importante avenida de mi pueblo en compañía de un gran amigo, conversábamos sobre las formas que Dios emplea para demostrarnos su amor y manifestarnos su compasión. Llegamos a la conclusión de que el Señor no lo hace otorgándonos lo que le pedimos, complaciendo nuestras peticiones, cumpliendo nuestros sueños, o brindándonos esas oportunidades tan deseadas por nosotros. Tampoco lo hace complaciendo los caprichos de un corazón engañoso y perverso (Jeremías 17:9), que en ocasiones es inconforme e insaciable, y mientras más tiene, más quiere.

Mi amigo Bryan y yo analizábamos y coincidíamos en que a veces Dios hace justamente lo contrario: nos quita nuestras únicas alternativas humanas para que lo miremos a Él y así poder demostrarnos su amor. Nos puede quitar nuestra fuente de empleo, nuestro vehículo, nuestra casa, o una relación amorosa. Incluso puede permitir que personas a las cuales amamos se alejen de nuestras vidas; que esa persona con la que tanto soñamos casarnos y tener una familia, nos abandone.

Hay momentos en la vida en los que, como decimos en mi isla, Dios nos «tranca el juego» y desbarata nuestros planes. Entonces nos bloqueamos y nos sentimos confundidos; creemos que nos quedamos sin herramientas para seguir avanzando y que el mundo se nos caerá encima. Los más osados nos atrevemos a enfadarnos con Dios, y, a veces, a pagarlo con todo a nuestro alrededor. Nos molestamos cuando sentimos que nuestros sueños se destruyen, nos irritamos cuando observamos que las cosas que planeamos no salen como quisimos. Nos duele el alma cuando lo que más apreciamos se aleja, nos frustramos cuando el proyecto que tanto anhelamos no se materializa. Y ante nuestra típica pregunta: «¿Por qué eso tuvo que pasarme a mí?», Dios tiene una única respuesta: «Sencillamente, por amor».

Sí, por amor, porque si Dios no hubiese actuado como nosotros esperábamos, estaríamos acabados, destruidos, lejos de su plan y el propósito de bien para nuestra vida. ¿Sabes algo? No importa que llores con impotencia, que gimas, que grites o te enfades. Es más, no importa cuánto ores, ayunes o declares. Si algo he aprendido es que el Señor no cumple caprichos, Él cumple su propósito. Su propósito está por encima de nuestras expectativas, pero, sobre todo, su propósito es para la gloria de su Nombre y para nuestro bienestar.

Cuando Dios nos «tranca el juego» es para protegernos, es para guardar nuestro corazón, es para cumplir sus promesas, para darnos su bendición. Cuando sientas que Dios te está trancando el juego, o que las cosas que planeaste o soñaste hayan sido truncadas, es Dios protegiéndote y guardándote para algo mejor, para una bendición grande que cambiará tu vida. ¡Solo sé paciente y verás los resultados!